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[La filosofía está escrita en un enorme libro, siempre abierto ante nuestros ojos (me
refiero al universo), pero es
imposible de comprender si antes no se aprende su lenguaje, a conocer los caracteres en
los que está escrito.
Está
escrito en lenguaje matemático y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras
geométricas, sin las cuales
se hace humanamente imposible decir palabra alguna; sin ellas se vaga dentro de un
oscuro laberinto.
>
Galileo Galilei, Il Saggiatore, Cap.
VI
La escena es ya casi trillada: una conversación casual entre personas que han tenido el
privilegio de tener cierto
grado de educación formal, unos incluso con posgrados y demás títulos avanzados, el flujo
del vino y la calidad de
la comida sirven también como señales inequívocas del éxito económico de nuestros
personajes.
Estamos en
presencia de los ganadores de nuestra sociedad: las clases media alta y alta, quienes guían
con su poder
económico y social la evolución de nuestros pueblos.
Y es precisamente este poder el que
hace que lo que viene a
continuación sea tan preocupante.
En medio de esa conversación culta, elegante y danzando graciosamente entre múltiples
idiomas, referencias
históricas oscuras y gustos artísticos exquisitos ocurre lo impensable; uno de los
interlocutores, dando muestra
de una falta de tacto poco característica de estos ambientes, detiene de golpe el jolgorio
navegando la
conversación hacia la discusión de algún tema de complejidad matemática (quelle
horreur!).
La respuesta no se
hace esperar, con un tono de orgullo ligeramente indignado alguien dice “Oh, eso de las
matemáticas siempre ha
sido chino para mí, pero afortunadamente esas matemáticas no importan en el mundo
real”, todos ríen y asienten
y la conversación continúa dejando de lado el faux pas.
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